En nuestro plan de acción, incluimos el nivel de compromiso y de ilusión que vamos a invertir en conseguir ese objetivo, además de fechas para llevarlo a cabo y finalizarlo.
Por ejemplo: imaginemos que alguien quiere mejorar su nivel de inglés. Este objetivo puede resultar abrumador, sabiendo que son necesarios muchos años para lograr dominar un idioma.
Pero, ¿y si marcamos pequeños pasos que nos ayuden a lograrlo? ¿Y si ese objetivo, a años vista, se traduce en dos clases semanales? ¿O en ver una película a la semana en versión original?
Marcándonos este plan de acción, nuestro entusiasmo inicial por lograr una meta se traduce en pequeños objetivos realizables, que vamos tachando de la lista según cumplimos.
El plan de acción se puede aplicar en muchas áreas. Así, la hemos utilizado como motivación y como croquis a seguir en muchos de nuestros talleres y actividades.
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